Si los cristianos realmente aprendiéramos a vivir de acuerdo con los principios del cristianismo, de acuerdo con las enseñanzas de Jesucristo, si nuestras acciones concordaran con nuestro entendimiento, si realmente dedicáramos todos nuestros esfuerzos a vivir en el espíritu. No sólo sería el mundo un mundo mejor, pero habría mucha más gente del mundo adhiriéndose a nuestra fe.
Sin embargo, el mantener nuestra guardia baja y continuamente abrazar una vida de esfuerzos humanos para satisfacer nuestras necesidades y de constantes persecuciones de sueños materiales, ha llevado a un gran número de hombres y mujeres a apostatar de la fe y muchos otros a vivir una vida de mediocridad espiritual, de desequilibrio y duda, y de constante caer en el pecado, o simplemente vivir en el pecado.
Esta opaca vida carnal, a su vez provoca que muchos que podrían ser atraídos a seguir a Jesús, se desalienten por lo que ven. Nos hemos convertido en pobres testigos de Jesucristo.
No estoy queriendo decir que no debemos buscar una mejoría constante de nuestra vida natural, sino que la manera en que la buscamos niega nuestra fe y muestra que o bien no conocemos, o no creemos las enseñanzas de Jesús. Y si viviésemos según las enseñanzas de la Biblia, lograríamos un equilibrio perfecto y lograríamos obtener lo mejor de ambos mundos. Pues nuestra prioridad debe ser nuestra vida espiritual, nuestra vida con Cristo. Y como consecuencia de ello, nuestra vida personal sería la vida exitosa que soñamos.
Porque, aunque vivimos en el mundo, no hacemos la guerra como el mundo lo hace. Las armas de nuestra milicia no son las armas del mundo. Por el contrario, son armas poderosas en Dios para derribar fortalezas. Destruyendo argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo. (2 Corintios 10:3-5)
Lo primero que debemos entender es que la vida de un cristiano es una vida de continua guerra espiritual, que, nos guste o no. Somos soldados en medio de un campo de batalla, y que si nos lanzamos en armas y tomamos la decisión de comenzar a pelear en lugar de defendernos constantemente entonces viviríamos una vida victoriosa, siempre en posesión de la cumbre, siempre en la batalla, pero nunca derrotados. Entonces, nuestra luz sería como la de un faro, brillando con fuerza hasta lugares lejanos e iluminando el camino para que otros encuentren su camino hacia Cristo Jesús.
Ciertamente, no podemos negar que vivimos en este mundo, en un cuerpo perecedero, el cual es frágil y sujeto a los deseos humanos, y que ese cuerpo tiene necesidades que deben ser satisfechas, sin embargo, en los versículos de mas arriba, la Biblia nos enseña que a pesar de que vivimos en este mundo y tenemos necesidades carnales, no hacemos la guerra según la carne.
Pablo escribe a Timoteo en 2 Timoteo 3:4 Tú pues, como nosotros, soporta las dificultades como un buen soldado de Cristo Jesús. Nadie que actúe como un soldado se involucra en los asuntos civiles, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado.
Y nuestra guerra no es y no debe ser en lo natural, los enemigos contra quienes estamos constantemente luchando son los siguientes:
1. nuestra carne corruptible y las tendencias sensuales de nuestro corazón, y aquellas propensiones que aún no han sido subyugadas y que son parte de nuestra naturaleza caída. Un mundo depravado es causado por la depravación del hombre, y esa depravación es inherente a nuestra carne hasta que nuestro cuerpo sea reemplazado por un cuerpo de gloria (1 Corintios 15:53).
2. Los poderes y principados en el reino de los aires (Efesios 2:2) las fuerzas de la oscuridad las cuales nos hacen la guerra, y contra las cuales debemos estar siempre preparados (Efesios 6:10-18)
3. Contra toda forma de maldad, y la naturaleza pecaminosa del mundo. Tenemos que levantar un estandarte contra el pecado, pero no un estandarte carnal, sino espiritual, un estandarte de verdad, basado en los principios de nuestra fe, siempre levantando el nombre de Dios en alto, no a través de nuestra voz, sino con nuestras acciones. Pues el Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. (Romanos 8:16)
Porque no utilizamos armas mundanas, no utilizamos los medios humanos o la sabiduría del mundo, o la riqueza o el poder político o la educación superior, o el encanto, o la elocuencia. No necesitamos ninguna herramienta del mundo, ninguna arma que pueda haber sido adquirida a través del esfuerzo humano. Nuestra fuente de poder es Dios y sólo Dios. Nuestras armas son armas poderosas, sobrenaturales, y alimentadas por un poder que viene directamente desde arriba:
En, la comprensión, la paciencia y la amabilidad, en la pureza, en el Espíritu Santo y en amor sincero, en palabra de verdad y en el poder de Dios, con las armas de la justicia en la mano derecha y en la izquierda, (2 Corintios 6:6-7)
Estas son armas diseñadas para penetrar en el corazón del hombre, porque el mundo batalla de acuerdo con su sabiduría y habilidades carnales, y nos hemos acostumbrado a seguir las prácticas mundanas. Sin embargo, si nuestra lucha va a ser eficaz debemos depender de las armas que Dios da, y continuar alimentándonos de Él, no solo para evadir los ataques del enemigo, sino para continuar siempre a la ofensiva
Estas armas tienen poderes divinos para derribar fortalezas. Una fortaleza es una fortificación que protege a un contendiente y ¿cuáles son las fortalezas que deben ser demolidas en nuestras vidas y en el ambiente que nos rodea? La religiosidad, la cual hemos plantado en torno a nuestras creencias, y la cual nos impide realmente conocer y ser conocido por Dios, las costumbres tradicionales en las cuales se basan nuestras pasiones carnales y que nos arrastran continuamente a caer en la trampa de los pensamientos y las conductas inmorales. Las convicciones arraigadas que endurecen nuestros corazones y nos mantienen esclavizados a la ira, la dependencia, la falta de perdón, y las regresiones. Las supersticiones generacionales, las cuales nos impiden erradicar de nuestras vidas la idolatría y las falsas creencias y las cuales hacen que los engaños de las prácticas paganas tengan influencia en nuestro modo de pensar. El orgullo y la arrogancia y el complejo de superioridad, los cuales nos desconectan de la realidad del verdadero amor y la compasión y la bondad hacia los demás.
La fe cristiana nos llama a la oposición violenta a toda resistencia fortalecida en creencias o practicas erróneas, sea que esta emane de nosotros, o del mundo.
Y a demoler todo argumento y pretensión que se erige contra el conocimiento de Dios.
Si sometemos todo conocimiento humano al dominio de Cristo, toda filosofía, toda pretensión, y todo argumento mundano; nuestra posición en Cristo estaría siempre segura. Pues si nos apoyamos en el conocimiento de Cristo y nos nutrimos de sus enseñanzas, tanto en el Nuevo como en el antiguo Testamento de la Biblia, no tendríamos que dependen del entendimiento humano para determinar nuestro caminar por la vida.
Todas nuestras debilidades y fracasos se derivan sólo de nuestra dependencia en las enseñanzas del hombre, y en los esfuerzos mundanos.
Decimos que somos cristianos, pero la mayoría de nuestras actividades se realizan sin consultar con Dios, simplemente no nos acordamos o no nos interesa incluir a Jesucristo en todos los aspectos de nuestra vida. Pasamos por alto el hecho de que tenemos una extraordinaria fuente de conocimiento universal a nuestra disposición en las escrituras, y que la voluntad de Dios es que aprendamos a depender de Él en nuestra vida cotidiana. Y la mayoría de nosotros vive como si Dios no existiera, y sólo lo recordamos, en el mejor de los casos, cuando le dedicamos unos minutos de apresurada oración, O por un par de horas el domingo en la iglesia. El resto de nuestra semana la pasamos totalmente desconectados de la realidad de que una vida cristiana sin Cristo, es una vida mundana, y que no somos ciudadanos de este mundo, y que Dios, nuestro padre tiene un interés personal en nuestro bienestar, tanto espiritual como físicamente.
Estamos viviendo tiempos peligrosos, y el final se aproxima rápidamente. Jesús nos llama a estar preparados (Marcos 13:37), no confiemos en el hecho de que una vez profesamos la fe en Cristo; deberíamos velar por tener nuestra casa en orden, y porque nuestra fe sea evidente a través de nuestras acciones, pues aunque por la fe somos salvos, la fe que es profesada y no puesta en practica no es fe verdadera.
Se sabio en tu vivir, pero no con la sabiduría de este mundo, la sabiduría de Dios está a tu disposición.
¡Abrázala y vive!
Rev. José A. Luna
Siervo de Cristo Jesús
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