La historia del hijo pródigo, según ha
sido contada por Jesús, se presenta en el capítulo 15 del libro de Lucas. En
ella nos encontramos con el corazón arrepentido de un hombre derrotado por las
seducciones del mundo, quien retornando a sus sentidos decide regresar a la
única persona que podría mostrar compasión por él, su padre.
Esta extraordinaria historia nos
presenta la oportunidad de expresar metafóricamente un contexto resumido del
mensaje del evangelio. Sin embargo, en ella hay una parte que es a menudo
ignorada y sin embargo tan importante como la historia del hijo pródigo; los
versículos 25 al 31 del mismo capítulo hablan de la actitud de su hermano.
Y la gran importancia de esta parte
del mensaje radica en la complejidad de entender de dónde proviene la actitud del
hermano, qué razón o derecho tiene él a reaccionar con enojo y menosprecio ante
el retorno de su hermano y la consecuente celebración de su padre. De hecho, es
común encontrar que las masas están de acuerdo con este hombre, en el
razonamiento de sus razones, y recibiendo con simpatía su actitud iracunda.
Ahora, la razón de nuestra simpatía
por este hombre, proviene del hecho de que estamos diseñados para pensar en
nuestros derechos, nuestras funciones cerebrales operan de acuerdo a patrones establecidos,
y desde la infancia se nos ha dicho que debemos defender nuestros derechos y
nuestras creencias y proteger nuestros intereses; la complicación esta en que aunque
estas enseñanzas no son malas en sí mismas, se les enseña de acuerdo a los
simples patrones egoístas y prejuiciados de un mundo caído. Y el hermano
pródigo, no está pensando en su padre o en su hermano cuando él arremete contra
ellos, de hecho, con esta actitud, él está arrojando por la ventana todos sus derechos,
al deshonrar a su padre, tirando una rabieta en vez de, con alegría, dar la
bienvenida al hermano que había perdido y unirse a la celebración. ¿Debería el
hecho de que este hombre haya trabajado toda su vida para ganarse la herencia,
el hecho de que haya sacrificado su vida personal y caminado en obediencia y
producido muchos frutos para su padre haberle dado derechos y privilegios
especiales? El pensó que el debería ser el único siendo festejado, que él debería
ser el uno con traje nuevo y sandalias, el único con derecho a disfrutar del
ternero gordo en vez de su hermano impío. ¿Suena familiar?
Muchas veces, encerrados como están
en las paredes del edificio de la
iglesia, muchos hermanos y hermanas pierden la noción con respecto a la
verdadera razón por la que hacen lo que hacen, y muchos soldados de Jesucristo caen
en la trampa de creer que se han ganado el derecho a estar en el comité, o en
el consejo, o incluso de expresar su opinión, sólo porque han estado haciendo
la limpieza de las sillas por unos cuantos años, cuando el hecho de que hayan estado
limpiando las sillas es ya una recompensa.
A menudo perdemos de vista el
concepto del verdadero significado de servir a Cristo, a menudo procuramos ser
invitados a sentarnos en la primera fila, o tener una oportunidad en el altar,
o ser mencionados por nuestros nombres, o que nos sea dado algún tipo de
reconocimiento, mientras que el único reconocimiento que necesitamos debe
proceder de Dios. En efecto, el privilegio de ser llamados por el Señor a
cualquier tipo de servicio ya es un gran honor, y, en la iglesia no hay
servicio de poca importancia o de gran importancia, ya que cada poco de trabajo
que se requiere de nosotros es de gran importancia, sin embargo, el trabajo que
hacemos, no lo hacemos para ganar el reconocimiento, sino porque se nos ha dado
el reconocimiento, el más alto de los reconocimientos, el cual viene desde
arriba, desde el trono de la Gracia. Y el hecho de que podemos ser llamados sus
hijos debería conducirnos a todos en una
regocijada urgencia por servir a Dios, ¡solo porque sí!
Así que, humildemente sal, y busca,
y encuentra una manera de ayudar, y conviértete en un activista por el Señor,
sin ninguna otra expectativa que el gran honor de servir a nuestro padre, el
Dios todopoderoso, y si a los demás se les da un mayor reconocimiento que a ti en
este mundo, recuerda que estos reconocimientos vienen del hombre y no de Dios,
y que ya tienes todo el reconocimiento que necesitas, directamente desde el gran
arquitecto, el hacedor y consumador de la fe, quien no buscó reconocimiento
alguno, y se entregó hasta la muerte por ti, sólo por el honor de agradar al
Padre.
Que siempre estés en el más alto
honor, ¡a los ojos del Señor!
Rev. José A. Luna
Un siervo de Cristo Jesús